No dibujo para enseñar.
No dibujo para entretener.
Dibujo para entender lo que siento.
A veces lo que me pasa solo se ordena cuando lo pongo en blanco y negro.
Por eso hablo de ilustración emocional.

No es una técnica.
No es un estilo.
Es una forma de mirar hacia dentro
y dejar que lo que hay aparezca en el papel
sin tener que explicarlo todo.
Es un refugio silencioso.
Una forma de sentir sin pedir permiso.

Hay emociones que no necesitan explicación.
Solo necesitan ser vistas.
Y a veces basta una línea, una forma, un trazo sencillo
para decir esto soy yo ahora.
Dibujar, para mí, es eso:
darle espacio a lo que siento.
Sin juicio. Sin adorno.
Sin tener que convertirlo en algo útil o productivo.

A veces empiezo con una palabra.
A veces con una imagen suelta en la cabeza.
Pero siempre nace de algo interno
que no sabría decir de otra forma.
No busco respuestas.
No busco impacto.
Busco presencia.

Lo que hago no soluciona.
No promete nada.
Pero acompaña.
Es mi forma de quedarme en el mundo
cuando todo hace ruido.
Y si al compartirlo alguien se reconoce,
si alguien se siente un poco menos solo…
entonces todo cobra sentido.
A esto lo llamo ilustración emocional.
Pero en el fondo, es algo más simple:
dibujar como quien escribe una carta que no sabe a quién enviar.
Y descubrir que alguien, al verla, responde en silencio:
yo también me sentí así.
